Verdad Para Toda La Gente
Entonces, el único camino al Reino Celestial es a través del Nuevo Nacimiento, y ese nacimiento es traído a los hombres sólo por el influjo y operación de este Amor Divino, y, sea o no que un hombre experimente este nacimiento, dependiendo de la iniciativa del mismo hombre, surge la pregunta: ¿cómo o de qué manera puede un hombre obtener este Amor Divino y este Nuevo Nacimiento y el Reino Celestial?
Y porque el camino es tan fácil y sencillo, es posible que los hombres duden de la veracidad de mi explicación, y continúen creyendo y poniendo todas sus esperanzas en las doctrinas ortodoxas de la expiación vicaria – el derramamiento de la sangre, mis sufrimientos en la cruz y cargando todos los pecados del mundo, y mi resurrección de la muerte – doctrinas tan dañinas a la salvación de la humanidad, ya que carecen de veracidad o fundamento de hecho o efecto.
YO ESTOY AQUÍ. Jesús.
Estoy aquí y deseo escribir unas cuantas líneas referente al gran día del juicio, sobre lo cual, muy a menudo, escriben los predicadores y maestros en materia de teología. Sé que la Biblia, o más bien, en algunos de los libros, se enfatiza sobre este día en que, como afirman, Dios verterá su reserva de ira sobre los impíos y condenarlos al castigo eterno.
Existen, como tú sabes, grandes y diversas opiniones entre estos hombres letrados en cuanto a cual es el sentido y significado de este día del juicio, y cuándo, desde un punto de vista cronológico, ocurrirá; y existen muchos estudiantes y maestros que abrazan y proclaman al mundo todas estas diversas opiniones como verdaderas y libres de dudas.
Bien, es seguro que todo hombre morirá y que vendrá el juicio, y aquello que sigue a la muerte es tan certero como lo es la muerte en sí, y tan razonable, como una causa es seguida por un efecto. Entonces, los hombres no deberían tener ninguna dificultad en creer en el juicio como un hecho que no puede ser evadido, así como no puede ser evadida la muerte.
Pero cuando se usa la palabra y el hecho “juicio”, como un efecto, o continuación a la muerte, puede tener varios significados, según las opiniones y entendimiento de diversos hombres, dependiendo de sus creencias en cuanto a temas religiosos o científicos o filosóficos. Para el ultra-ortodoxo, este término “juicio” significa, y necesariamente involucra el pronunciamiento activo de una sentencia por Dios, a causa de, y determinado por sus modo de vivir y pensamientos durante la vida mortal, sin tomar en consideración ninguna de Sus leyes generales y la operación de estas.
Dios es, Sí Mismo, el juez – personal y presente – y en esta capacidad, la vida y obras de cada hombre son conocidas y analizadas, formando la base de la sentencia que Él debe pronunciar en cada caso individual. Dios lleva un registro de todas las acciones de los hombres, ó, si se le concede al hombre llevar su propio registro, su registro es, o será abierto o expuesto ante la vista, en el momento de la gran asamblea para el juicio, a fin de que nada sea perdido; y entonces, en base a este registro, los hombres serán enviados a la felicidad eterna o al castigo eterno, ó, como creen algunos, a la destrucción o aniquilación.
Otros, no ortodoxos, quienes creen en la supervivencia del alma y la continuidad de la memoria de las acciones y pensamientos de los hombres, enseñan que el juicio le seguirá a la muerte como una consecuencia natural del funcionamiento de la ley de causa y efecto; y el efecto no puede ser evadido, hasta que, de alguna manera, llegue a la conciencia del hombre una comprensión de que el efecto, es decir, su sufrimiento, ha compensado la causa y que no existe nada misterioso o sobrenatural en la presencia y operación del juicio. Ellos no creen que Dios, por alguna interposición especial o castigo personal, pronuncia el juicio o determina los méritos o desméritos del que es llamado a juicio.
Además de estos puntos de vistas, existen otros en los que se cree, pero los dos que he mencionado son los principales y son suficientes para demostrar lo que la gran mayoría de los hombres pensantes, o más bien creyentes, concluyen lo que el término “juicio”, como es usado en la Biblia, debería significar, o ser entendido.
Bien, el juicio del alma humana es un acompañamiento importante de la vida humana, tanto en carne como en el mundo espiritual, y, en lo que se refiere al castigo, difícilmente exista algo que merezca más atención y consideración de parte de los hombres, pues, es una certeza, sean ciertas o falsas sus creencias, que ellos no podrán evadirlo. El juicio sigue, tan certeramente, a lo que los hombres llaman muerte, como la noche al día, y ninguna filosofía o dogmas teológicos o determinaciones científicas pueden alterar el hecho, o en alguna forma, cambiar el carácter u operación exacta de este juicio.
Pero el juicio no es algo que pertenece exclusivamente a la condición, o al período después de la muerte, ya que está presente y operando en los hombres desde el momento de encarnar en lo humano hasta que desencarnen, y de allí continuamente hasta que las causas de los efectos hayan sido satisfechas y no quede nada para ser juzgado, siendo un final feliz un hecho también – puesto que todo hombre depende de su progreso hacia las condiciones de armonía con las leyes que, además de efectuar, pronuncia el juicio. Estas leyes funcionan durante la vida en la tierra, y el hombre es continuamente juzgado por las causas que él inicia en su existencia, y el juicio después de la muerte es sólo una continuación del juicio recibido por los hombres en la tierra.
Por supuesto – los hombres quizás no lo saben – estos juicios o sus efectos, son más intensos después de que los hombres se hayan liberado de las influencias de la existencia carnal, y se conviertan en espíritus, poseyendo sólo las cualidades espírituales. Y debido a este hecho, los hombres deben entender y tratar de comprender, que la expresión “después de la muerte, el juicio”, tiene mayor significado y es de más importancia vital que el dicho - “el juicio está con los hombres durante toda su vida mortal”.
Después de la muerte, las causas de la inarmonía con la ley son más marcadas, y aparecen en su verdadero sentido y fuerza, y, consecuentemente, siendo así, los efectos son más intensificados y comprendidos, y los hombres sufren más y se dan cuenta de la oscuridad, y a veces la horrenda oscuridad, que producen estos efectos. La inarmonía aparece en su desnuda e inoculta realidad, y la operación de la ley impone sobre los hombres las penalidades exactas que sus trasgresiones exigen.
El hombre es su propio contador, y en su memoria están registrados todos los pensamientos y acciones de su vida terrenal que no están de acuerdo con la armonía de la voluntad de Dios, la cual es expresada o manifestada por Sus leyes. El juicio no es cosa de un día o un tiempo determinado, pero nunca cesa, mientras que exista aquello sobre lo cual pueda operar, y disminuye en proporción, a medida que desaparecen las causas de la inarmonía.
Dios no está presente en ira exigiendo, como lo hace el humano que cree haber sido injuriado, exigiendo reparación de aquel que causó la injuria. No – el Padre está presente sólo en amor, y a medida que el alma que está sufriendo la penalidad, que sus propias acciones y pensamientos han impuesto sobre él, entra en más armonía con la voluntad del Padre, Él, como dicen ustedes mortales, se verá complacido.
Nunca un Dios enojado, regocijándose en la satisfacción de que una penalidad esté siendo pagada por uno de Sus hijos descarrilados, pero siempre un Padre cariñoso, regocijado en la redención de Sus hijos de un sufrimiento que una violación a las leyes de armonía exige con certeza.
Entonces, como yo digo, el día del juicio no es un momento especial cuando todo hombre debe reunirse en presencia de Dios, y sus pensamientos y acciones sean pesados en la balanza, y luego, según su bondad o iniquidad, recibir la sentencia que un Dios enojado o aún, justo, pronuncia sobre ellos.
EL DÍA DEL JUICIO ES TODO LOS DÍAS, TANTO EN LA VIDA TERRENAL DEL HOMBRE, COMO EN LA VIDA DE ESPÍRITU, DONDE OPERA LA LEY DE COMPENSACIÓN. EN EL MUNDO ESPIRITUAL SE DESCONOCE EL TIEMPO Y CADA MOMENTO ES PARTE DE LA ETERNIDAD, Y CON CADA MOMENTO, SIEMPRE QUE LA LEY LO REQUIERA, LLEGA EL JUICIO, CONTÍNUO E INSATISFECHO, HASTA QUE EL HOMBRE, COMO ESPÍRITU, ALCANCE ESA CONDICIÓN DE ARMONÍA TAL, QUE LA LEY YA NO EXIJA MÁS JUICIO DE ÉL.
Pero de lo que he escrito, los hombres no deben suponer, o engañarse en un estado de creencia que los haga pensar que, porque no hay un día especial para el juicio cuando Dios pronunciará Su sentencia, el juicio, por lo tanto, no debe ser temida o, evitada. No, este estado de pensamiento es un paliativo sólo por el momento, porque el juicio es certero, y no es, ni será menos temible, porque la ley inmutable exige la restauración exacta, y no un Dios enojado.
Ningún hombre, quien haya vivido y muerto, ha escapado, y ningún hombre que ha de morir, puede eludir este juicio, a menos que él, por cierto camino provisto por el Padre en Su amor, logre la armonía con las leyes que requieren armonía. “El hombre cosecha lo que él siembra”, es tan verdadero como lo es el hecho de que el sol brilla sobre el justo y el injusto de igual forma.
La memoria es el archivo del hombre, del bien y del mal, y la memoria no muere con la muerte física del hombre, sino por el contrario, se aviva aún más – totalmente viva – y nada es dejado atrás u olvidado cuando el hombre espíritu se despoja del impedimento, y de las entorpecedoras y engañosas influencias del único cuerpo del hombre que fue creado para morir.
EL JUICIO ES REAL, Y LOS HOMBRES DEBEN ENFRENTARLO CARA A CARA, Y LA FALTA DE CREENCIA O INCREDULIDAD O INDIFERENCIA O LA APLICACIÓN A LA VIDA DE LOS HOMBRES, DEL DICHO “BASTA A CADA DÍA SU PROPIO MAL” NO PERMITIRÁ A LOS HOMBRES ELUDIR EL JUICIO, O LA IMPOSICIÓN DE SUS DEMANDAS.
Existe un camino, no obstante, en el que los hombres pueden transformar el juicio de la muerte en el juicio de la vida – inarmonía en armonía – sufrimiento en felicidad – y el juicio en sí, en algo deseable.
En otra parte hemos escrito sobre este camino, abierto a todos los hombres, y no intentaré describirlo aquí.
He escrito suficiente por esta noche. Estás cansado y no debo continuar.
Así, con mi amor diré buenas noches.
Tu hermano y amigo, JESÚS
YO ESTOY AQUÍ, Juan, Apóstol de Jesús.
Yo soy el apóstol, y no es necesario que me pongas a prueba como dijo tu amigo, pues ningún espíritu puede personificarme cuando yo estoy presente.
Por lo tanto, debes confiar en mí y tratar de recibir con fe, lo que yo he de escribir esta noche, y encontrarás que será de tu beneficio.
Vine, primordialmente, para decirte que he estado escuchando la conversación entre ustedes dos y la lectura del Sermón del Monte, dado a nosotros por el Maestro en los días de antaño, como se diría.
Cuando ese sermón fue dado, no estábamos en una condición de gran desarrollo espiritual, y no entendimos su significado profundo, y en cuanto su significado literal, pensábamos que no tenía propósitos en los asuntos prácticos de la vida. Sé que la gente piensa que nosotros, en aquel tiempo, éramos muy desarrollados espiritualmente y que teníamos una comprensión de las grandes verdades enseñadas por el Maestro, superior a la que poseen ahora los hombres, pero te digo que esto es un error. Éramos hombres comparativamente ignorantes, pescadores por ocupación, y nuestra educación no era superior a la del hombre obrero común de ese tiempo, y cuando Jesús hizo el llamamiento para que fuésemos sus apóstoles, nos mostramos sorprendidos y vacilantes, tanto como tu, cuando se te declaró una misión similar.
Nuestro conocimiento fue adquirido con nuestra fe en las grandes verdades que el Maestro enseñó, y de nuestra observación de los grandes poderes que él manifestó, y también de la influencia del Gran Amor que poseía. Pero la humanidad se equivoca al pensar que fácilmente entendíamos las grandes verdades que él enseñó. Sólo después del descenso del Espíritu Santo sobre nosotros en Pentecostés, que entramos en total armonía con el Padre, o que apreciamos totalmente las grandes verdades que el Maestro había enseñado.
Por supuesto, aprendimos muchas cosas que los hombres de aquel tiempo no conocían, y nuestras almas se desarrollaron en un alto grado, pero no lo suficiente para que llegáramos a un conocimiento del maravilloso significado de las verdades que causaron que los hombres fueran libres y al unísono con el Padre. En su conversación esta noche, ustedes discutieron el valor relativo de las oraciones y obras, y no estuvieron de acuerdo con el predicador, de que las obras son las grandes cosas que desarrollan el amor en el hombre y causa gran felicidad en el mundo, y que la oración no es de gran importancia.
Ahora permíteme, como espíritu y como un hombre que laboró y oró en la tierra, decir con una autoridad que surge de una experiencia y conocimiento real, adquiridos a través de la observación, que, de todas las cosas de importancia en la tierra para los hombres que persiguen la salvación y felicidad y desarrollo del alma, la oración es la más importante, pues, la oración logra, no sólo el Amor y bendiciones del Padre, sino la condición de mente y propósito que causará que los hombres hagan las grandes obras que el predicador les exhorta hacer.
La oración es lo que causa el otorgamiento del poder a los hombres, que les permite realizar todas las grandes obras que trae la recompensa al hacedor, y felicidad y beneficio a quien recibe las obras.
Entonces puedes ver, que los resultados nunca pueden superar la causa, pues, la causa, en este caso, no sólo otorga a los hombres la capacidad de hacer obras, sino también a amar y desarrollar su alma e inspirarlos con pensamientos buenos y puros. Las obras son deseables, y en algunos casos necesarios, pero la oración es absolutamente imprescindible. Por lo tanto, tu amigo y tu deben comprender y nunca dudar, que sin la oración, las obras de los hombres serían ineficaces para lograr el mayor bien que, incluso ahora, el hombre realiza para su prójimo. Ora, y las obras serán realizadas. Al realizar obras harán el bien, pero el alma no se beneficiará, pues Dios es un Dios que responde a la oración, a través de la ministración de Sus ángeles y mediante la influencia de Su Espíritu Santo, el cual opera en la parte interior o verdadera del hombre.
Me detendré ahora.
Con mi amor para los dos, soy su hermano en Cristo,
JUAN.
YO ESTOY AQUÍ. Jesús.
Deseo expresar sólo unas cuantas palabras para el beneficio tanto tuyo, como de tu amigo*, y es que, he escuchado la conversación entre ustedes esta noche, y encuentro que coincide con la verdad; y la influencia del Espíritu está con los dos.
Continúen en su línea de pensamiento y en oración al Padre, y además, en dar a conocer a otros, siempre que se presente la oportunidad, la importancia de buscar y obtener el Amor Divino.
Como dijo tu amigo, la única oración necesaria, es la oración para el influjo de este Amor; toda otra forma, u oraciones de aspiraciones reales, son secundarias, y, por sí mismas, no tienden a producir este amor en las almas de los hombres.
Que tu oración sea como a continuación: -
Buenas noches.
Su hermano y amigo,
JESÚS
* Amigo, L. R. Stone.